Parece que fue ayer. Pero ya pasó otro año.
Una nueva vuelta al sol. 365 giros de la vieja Tierra sobre si misma.
Mientras me asomo desde lo alto y veo los estratos apretados que forman esas rocas que afloran en la playa, pienso en los millones de giros que fueron necesarios para formar ese conglomerado de rayas paralelas, casi verticales, curvadas, retorcidas por las manos misteriosas de algún invisible gigante.
Ante tanta inmensidad que inquieta y desconcierta, me siento diminuto e insignificante. Como un puñado de polvo que se desvanece al instante, arrastrado por el viento.
Me atrevo a mirar hacia atrás y me doy cuenta que solo las vivencias impactantes o sorprendentes permanecen como viejos recuerdos.
Todo lo demás se difumina y desaparece poco a poco. Incluso los rostros de aquellos amigos de juventud o de los viejos compañeros de estudios quedan ocultos en la niebla de un pasado remoto y casi olvidado.
¿Qué fue de las viejas esperanzas?.
¿Dónde están los recuerdos de un trabajo realizado día a día con dedicación y entrega?.
¿En que lugar se esconden los amores perdidos?
¿Qué queda de todo aquello?.
Solo humo, humo ensuciando los oscuros recovecos de mi memoria.
Ahora, cuando me miro al espejo, veo menos pelo sobre la piel que cubre mi cráneo, algunas canas, más kilos y un claro aumento en la laxitud de mi epidermis.
El efecto de la gravedad es evidente, y no solo en aquello que está a la vista. Permitidme no entrar en detalles con el fin de preservar la dignidad en algún modo.
Me doy cuenta que la luz es menos intensa, las letras son más pequeñas y mis brazos insuficientes para alejar el periódico a la distancia precisa para poder leerlo.
Advierto que mi comportamiento es más irónico, más cínico, quizás a veces puede ser cáustico. He llegado a la conclusión que vivir puede acabar perjudicando gravemente a mi salud. Lo dice la continua ampliación de la caja donde guardo mis pastillas.
Pienso en las muchas cosas que han cambiado desde los tiempos de aquella juventud perdida. Siento que faltan muchos seres queridos. Los años hacen que la soledad aumente mientras desaparecen los que se fueron, los que quedaron en el camino, los que no están por lejanía o por apatía mutua.
Algunos sobrevivieron, aguantan, siguen a mi lado, noto su cercanía, su calor.
Y les doy las gracias. Gracias por el tiempo vivido, por los momentos agradables, por las sonrisas y los llantos, por las alegrías y las penas.
Pero sobre todo, gracias, por el cariño compartido.
Percibo que, en el fondo, sigo siendo el mismo. Mi corazón aún piensa que es joven y en su interior se ocultan algunas pequeñas ilusiones.
No he traicionado al niño que todos llevamos dentro.
Aún me asombro y emociono ante la rebeldía de la juventud, ante la sonrisa de un niño o la mirada inocente de un pequeño cachorro.
¡Y aquí estoy! ¡Aquí sigo!
Con un año más, con uno menos, pero sin renunciar a que se realicen mis sueños.
No puedo, ni quiero, dejar de creer en ellos.
Me niego a dejar de soñar. Porque soñar es resistir.