Sueño de amor eterno.
Eterno, como adjetivo de amor, solo puede ser sueño.
Irreal, imposible en su fidelidad.
Únicamente el amor de una madre puede ser tan sublime en su generosidad.
Solo entonces puede ser eterno.
No hay amor sin cortapisas o dobleces, sin disimulos o silencios.
Es como una vida que va a morir al mar. Semeja un río.
Al amanecer un nuevo día, tras una húmeda madrugada,
bebe de las pequeñas gotas del rocío.
Cuando nace es suave y temeroso, pequeño y delicado.
Se siente crecer con el sudor de los musgos en la umbría.
Mientras salta alegre entre las rocas, veloz y chispeante.
Eterno, como adjetivo de amor, solo puede ser sueño.
Irreal, imposible en su fidelidad.
Únicamente el amor de una madre puede ser tan sublime en su generosidad.
Solo entonces puede ser eterno.
No hay amor sin cortapisas o dobleces, sin disimulos o silencios.
Es como una vida que va a morir al mar. Semeja un río.
Al amanecer un nuevo día, tras una húmeda madrugada,
bebe de las pequeñas gotas del rocío.
Cuando nace es suave y temeroso, pequeño y delicado.
Se siente crecer con el sudor de los musgos en la umbría.
Mientras salta alegre entre las rocas, veloz y chispeante.
Intenta ocultar su timidez de miradas lascivas o envidiosas.
Atolondrado, se contempla a sí mismo en las pequeñas cascadas,
donde las diminutas gotas se transforman en relajada espuma blanquecina.
El tiempo no le hace precavido.
En su dominio se siente seguro, arrollador incluso. Confiado.
Se atreve a descender entre cortantes riscos.
Bordea altas montañas. Si es preciso, las rompe con su osada iniciativa.
La madurez se acerca y en los meandros calma su bravura.
Se desvanece lentamente en las llanuras de la vida.
Sosegado, tras el esfuerzo realizado,
pierde en profundidad lo que gana en anchura.
Nuevos caudales se unen y refuerzan al anciano resignado.
En la calma final, aún recuerda las refrescantes gotas de rocío.
Atolondrado, se contempla a sí mismo en las pequeñas cascadas,
donde las diminutas gotas se transforman en relajada espuma blanquecina.
El tiempo no le hace precavido.
En su dominio se siente seguro, arrollador incluso. Confiado.
Se atreve a descender entre cortantes riscos.
Bordea altas montañas. Si es preciso, las rompe con su osada iniciativa.
La madurez se acerca y en los meandros calma su bravura.
Se desvanece lentamente en las llanuras de la vida.
Sosegado, tras el esfuerzo realizado,
pierde en profundidad lo que gana en anchura.
Nuevos caudales se unen y refuerzan al anciano resignado.
En la calma final, aún recuerda las refrescantes gotas de rocío.
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