lunes, marzo 19, 2007

ETOLOGIA HUMANA


Observar el comportamiento de la gente que nos rodea en un momento determinado es posiblemente una de las experiencias más interesantes que se pueden realizar.
Contemplar, mientras damos un relajado paseo por la calle, a las personas que pasan a nuestro lado es todo un pulso para intentar comprender la naturaleza humana.
Solo hay que fijarse un poco, solo es cuestión de práctica. A medida que se va adquiriendo destreza los resultados son más eficaces y productivos.
Son muchos los parámetros a tener en cuenta, son pequeñas pistas que pueden pasar desapercibidas, pero con el tiempo van tomando importancia en el resultado final del análisis.
Lo mismo que un pintor cubre el fondo de cuadro con amplios brochazos sin detenerse en los detalles, el observador va buscando lo evidente. Al comenzar se fija en el contraste, en lo obvio.
Poco a poco, el pincel se hace más pequeño, fino y delicado. La pintura es menos densa y espesa, permitiendo imaginar el color y las sensaciones del fondo.
El principio es sencillo; vemos hombres, mujeres, niños, niñas. Solos o acompañados.
Luego te fijas en como van vestidos, y lo que representa. Las posibilidades económicas, el nivel social, cultural. Lo aparente, lo evidente.
Ves hombros caídos bajo caras tristes, adustas, tensas y preocupadas o, por el contrario, sientes la vitalidad que emana de las espaldas erguidas con caras alegres, sonrientes y relajadas.
Piensas en los operados de cadera, de rodilla o de todo a la vez. Disimulan una cojera para no aceptar que necesitan una muleta o, peor aún, un bastón que les ayude.
Comienzas a distinguir entre solos y solitarios. Y reconoces lo mucho que abundan los primeros.
Son caminantes que sonríen con mirada perdida, balbuceando inconexas frases acompañadas de gestos contenidos con las manos. Solos en su soledad o solos mientras pasean a un pequeño perro, incluso a un gato. Protegidos tras gruesas murallas construidas para defenderse de los otros y casi siempre de sí mismos.
Te fijas en los acompañados y te atreves a valorar las distintas compañías. Aprecias y desprecias hasta donde se puede llegar a invadir el espacio vital del otro. Invasión a veces forzada. Otras aceptada. Muchas, resignada, consentida o inconscientemente rechazada.
Más tarde llegas a fijarte en un rimel corrido por una lágrima no contenida tras los oscuros cristales de unas gafas de sol, sin sol.
Valoras, en lo que vale, el pequeño hematoma en el cuello del adolescente que pasa flotando, entre nubes, a tu lado.
Calculas la roja pintura de labios mal perfilada en un vano intento de aumentar una superficie venida a menos por los años y las arrugas.
Puedes llegar a reconocer la ambigüedad en los hombres si mantienen fijas sus miradas y en las mujeres si esquivan las tuyas.
Al final, distingues entre el suave olor de una fresca colonia tras una relajante ducha y el olor enólico oculto tras un spray mentolado.
Y piensas en el enorme desconocimiento que tenemos de los demás y de nosotros mismos con solo mirar a la gente pasear por la calle.

1 comentario:

RISITOS dijo...

VERDAD LO QUE DICES...MUY CIERTO...DETENERSE A OBSERVAR ES GENIAL, DESCUBRES UN MUNDO FANTÁSTICO!...

...CONTINUARÉ VISITANDOTE...

SALUDOS!