jueves, noviembre 29, 2007

SENSACIONES

El invierno está cerca, es una mañana fría. La oscuridad se filtra por las finas rendijas de la persiana. Poco a poco voy despertando bajo los efectos del sonido de la radio programada.
Son muy pocas las ganas que tengo de levantarme y muchas menos las de meterme bajo las agresivas gotas de la ducha.
Después de permanecer algunos segundos pensativo bajo la manta, en un arranque de valentía retiro la sábana hacia un lado y con lentitud me siento en el borde de la cama.
Hace frio y mi cuerpo desnudo me implora volver bajo el cálido abrigo. El reloj me dice que ya es tarde y no tengo más remedio que ir hasta la ducha.
Abro el mando mientras espero que el agua tenga el suficiente calor acumulado. Nunca entenderé la sensación de frio que me produce entrar en la ducha si el agua está tan caliente.
Tras cerrar la mampara de cristal, dejo que el liquido se deslice por mi piel. Con suaves movimientos laterales intento repartir el chorro del agua para que cubra todas las zonas de mi cuerpo.
Lentamente me voy acostumbrando al calor, aunque pronto llega a resultar excesivo y tengo que dosificar la cantidad de agua caliente. Cierro los ojos mientras apoyo la espalda en la fría pared del baño. Me siento relajado.
A los pocos segundos decido enjabonarme. Poco a poco llega a resultarme agradable, incluso voluptuoso. Dejo pasar el tiempo.
Lo menos satisfactorio de la ducha es el secado. Vuelve la desagradable sensación de frio.
Acelero los movimientos de la toalla. El denso vapor que me rodea impide ver mi rostro reflejado en el espejo.
Con el paño húmedo limpio una pequeña zona del cristal. Pronto vuelve a empañarse.
Decido afeitarme más tarde. El suelo está húmedo y mis pies descalzos protestan por el mal trato recibido.
Pongo las zapatillas. Coloco el reloj en la muñeca.
Es hora de afeitarse. Retoco los bordes de la barba.
Siempre igual, una vez más, un día más. Otro.

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