Llego de vuelta de fin de semana. Deshago la pequeña maleta y enciendo la TV. Por casualidad, es un canal regional.
Una tertulia. Otra. Están, estamos, escuchando a alguien hablando por teléfono. Es una voz de mujer, parece joven y está llorando. Presto más atención. Está acabando de contar su problema.
Entre sollozos, dice que no tiene para comer después de pagar el alquiler y otros gastos imprescindibles. Parece ser que solo tiene una exigua paga. Tiene a su cargo una hija pequeña.
Pidió varias veces ayuda económica sin ningún resultado. Ella solo quiere trabajar, pero nadie le da trabajo.
La presentadora con cara compungida dice que se acaba el tiempo y que luego la llamará, una vez que termine el programa, para ver si se puede lograr alguna ayuda. El resto de las tertulianas miran al infinito con caras serias. Una de ellas toma la palabra y dice que hay que estudiar su caso e intentar buscar una solución.
La presentadora con cara compungida dice que se acaba el tiempo y que luego la llamará, una vez que termine el programa, para ver si se puede lograr alguna ayuda. El resto de las tertulianas miran al infinito con caras serias. Una de ellas toma la palabra y dice que hay que estudiar su caso e intentar buscar una solución.
Dejan el tema por falta de tiempo.
Pasan a un nuevo asunto. La cirugía estética como método para quitarse años. Al parecer muchos no quieren envejecer.
Siento el mordisco de una posible injusticia. Cierro la tele.
Salgo a dar un paseo con mi perro. Amenaza de lluvia. Poca gente por las calles. Supongo que aún en las carreteras, volviendo del puente.
Salgo a dar un paseo con mi perro. Amenaza de lluvia. Poca gente por las calles. Supongo que aún en las carreteras, volviendo del puente.
Se levanta un poco de viento, mayor sensación de frio. Miro un letrero luminoso. Marca catorce grados de temperatura.
Siento que el panel no dice la verdad. Es un mal general. Incluso la electrónica miente.
Mientras paseo algo despistado, ya de vuelta a casa, se me acerca una chica. Aparenta unos treinta y tantos años, me fijo que va bien vestida. Tiene ademanes suaves y discretos.
Mientras paseo algo despistado, ya de vuelta a casa, se me acerca una chica. Aparenta unos treinta y tantos años, me fijo que va bien vestida. Tiene ademanes suaves y discretos.
Con voz baja me susurra si le puedo dar un euro. Me dice que es para cenar.
Pongo cara de asombro y rápidamente me fijo con interés, y cierto recelo, en su cara.
Al primer vistazo, no aprecio en ella los surcos de una vida desgraciada o los efectos de las drogas.
Supongo que la coartada de la mujer es otra pequeña mentira. Acepto el engaño mientras pienso en la llamada telefónica.
Saco la cartera y busco un euro.
Hace frio. Mucho frio.
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