sábado, marzo 24, 2007

EL EFECTO LAVADORA II


Puedo asegurar que no sabía que hacer.
En esos momentos, pensé en la multitud de papeles que tiré a la basura, casi sin leer, y que muchas veces llenaban el buzón de mi correo. Papeles anunciando todo tipo de técnicos especializados en arreglar cualquier cosa que se pueda estropear en casa.
Pero, a mi pesar, no tuve la feliz idea de conservar alguno de ellos. Ni siquiera uno.
Con la cabeza fría y los pies aún más fríos y húmedos, me dije que lo primero era mirar la marca de la lavadora.
No todas son iguales. Algunas marcas son peores en su tendencia a complicar la tecnología hasta hacerla ilegible, salvo para aquel que esté súper-especializado en esa marca determinada.
Era importante saber a quien llamar y acertar en la llamada.
Pensé en uno de los muchos 118... Pero desistí de tal empeño.
Busqué en el frontal de la lavadora cualquier indicio que me ayudase a solucionar el problema, pero no había ningún rótulo ni placa que me aclarase la duda.
Al final encontré una pequeña chapita rectangular pegada en el ángulo ínfero-interno de la tapa protectora del mueble que guarda y disimula la lavadora. Traía los números de teléfono, móvil y fijo, del supuesto técnico especialista en MI lavadora.
Pensé que ya tenía solucionado el problema.
Muy ufano llamo al móvil. Supongo que en ese número siempre habrá alguien dispuesto a contestar a mi urgente llamada.
Vana ilusión. Salta el dichoso contestador automático. Después de oír la señal dejo el aviso indicando todos mis datos, solo faltó dar mi fecha de nacimiento, y espero durante un tiempo prudencial a que me llame.
¿Dos días es suficiente tiempo prudencial?. Para la ropa, que aún seguía a remojo, supongo que sí.
Vuelvo a llamar al móvil y de nuevo me contesta la siempre agradable voz de una señorita de la compañía telefónica. Desisto de dejar mensaje. Antes de que acabe la susodicha, cuelgo y decido llamar al fijo.
Suerte que tuve. Había alguien detrás del teléfono, y parecía vivo.
Me contesta un sargento retirado del ejercito, supongo que era la mujer del técnico.
Tras una conversación monosilábica y con la sensación de que me estaba haciendo un gran favor, logré sacarle las palabras justas confirmando que su marido llamaría a mi móvil en cuanto tuviese un minuto libre.
De esa forma nos pondríamos de acuerdo en una hora determinada para solucionar el problema.
Dos días después recibo una llamada en el móvil. El color del agua a través del cristal del tambor empieza a ser gris, aún no se ven renacuajos. Todo se andará.
Me dice que tiene mucho trabajo. Que son ya la una de la tarde y que aún no comió. Va a tener toda la tarde ocupada. Pregunta si el día siguiente a eso de las 10 de la mañana, alguien podrá estar en casa para abrirle.
Pienso en pedirle si no puede ser por la tarde. Estuve a punto de decir que yo suelo trabajar por la mañana y que tendría que pedir permiso para poder estar en casa a esa hora.
Pero antes de que tenga tiempo de abrir la boca, rápidamente me dice que la tarde y los días siguientes ya los tiene ocupados.
Ante lo dicho, pensando en la resistencia de los tejidos a remojo y en el cambio de color del agua, con resignación, contesto que le estaré puntualmente esperando a esa hora en casa.
Esperé, con cierta ansiedad, la llegada del día siguiente.

2 comentarios:

Mugalari dijo...

A nosotros también nos tienes en vilo desde hace unos días... cuando terminarás esta historia? jejeje, o igual es que nos quieres mantener también unos días en remojo...

mrci dijo...

Uhmmmm...
Daremos un poco de tiempo al tiempo.
Prometo que la próxima entrega será la última. :)
Pero, para anular posibles ansiedades, puedo anticipar que la lavadora ya funciona...
Miedo me da que deje de hacerlo.
Saludos norteños :)