martes, diciembre 25, 2007

CUENTO DE NAVIDAD


Tradición obliga.
Como todos los años por estas fechas, cuando faltan unos días para que sea Navidad, suelo montar un pequeño nacimiento de barro sobre la mesa en el salón de mi casa. Son figuras pequeñas, pero están bien moldeadas y policromadas con delicadeza.
En el montaje intento ser lo más realista posible. No falta el grupo de pastores que parecen conversar a la luz de una hoguera, ni los Reyes Magos sobre sus camellos camino del palacio de Herodes.
Incluso tiene un pequeño lago con agua, en cuyo borde está arrodillada una figura de lavandera haciendo su trabajo. Muy cerca la rueda de un viejo molino da vueltas sin cesar gracias a un oculto mecanismo eléctrico.
En el pesebre, la mula y el buey acompañan a José y María.
El Niño aún no está, lo coloco el día 25 al levantarme por la mañana después de dormir. Hasta ese día, siempre dejo vacia la pequeña cuna de paja.
Este año, como es costumbre, hice lo mismo. Mi hermoso nacimiento volvió a lucir en todo su esplendor sobre la mesa. Un año más.
Ayer fue víspera de Navidad. Después de la típica cena hogareña, cercana la medianoche, la familia se despidió para volver a sus respectivas casas.
El exceso de comida, los muchos dulces y licores hacen su efecto adormecedor y la cama pronto se agradece.
Rápidamente caigo en un sueño profundo hasta que unas voces nerviosas y algo subidas de tono, me despiertan.
Ante mi confusión y sobresalto, intento calmarme. Escucho con atención y me doy cuenta que las voces vienen del salón.
Con mucho sigilo me acerco hasta allí, me asomo a la puerta y miro dentro. Veo que unos hombres de aspecto rudo, quizás pastores, están hablando entre ellos en voz alta alrededor de una hoguera.
Al parecer, en un pesebre cercano, una pobre mujer está a punto de dar a luz sin que nadie la ayude.
Sin pensarlo dos veces, me uno al grupo y partimos en dirección al establo con intención de ayudar en lo posible.
Por el camino nos encontramos con una lavandera que volvía del río de lavar su ropa. Le comentamos el problema y se brindó a colaborar en lo que pudiese.
Cuando llegamos al establo, la joven estaba tumbada en el suelo, con cara de sufrimiento y en plenas contracciones. Su marido, muy nervioso, poco hacía para mejorar la situación.
La lavandera, más experimentada, enseguida se hizo cargo y pidió que rápidamente calentásemos agua. Luego dijo que le diésemos los paños blancos que acababa de lavar en el rio. Sin ninguna contemplación, nos obligó a todos a salir afuera con cajas destempladas. Incluso al futuro padre.
Nerviosos esperamos fuera. El tiempo pasaba lentamente. Hacía frío. El cielo estaba estrellado. Notamos que sobre nosotros, una estrella brillaba con más intensidad.
De repente, el agudo llanto de un niño se oyó en el interior del cobertizo. Indecisos nos miramos a la cara, no sabíamos que hacer. Al final, la curiosidad pudo más que la prudencia y todos entramos con rapidez. Una vez dentro, vimos a un hermoso niño descansando en los brazos de su madre, mientras la otra mujer se afanaba en ordenar y limpiar todo a su alrededor.
Tras las felicitaciones a los padres y las carantoñas al Niño. Sonrientes, los pastores y yo, volvimos sobre nuestros pasos.
De nuevo sentí que el sueño hacía mella en mi, y decidí volver a la cama.
Hoy ya es Navidad.
Despierto con la sensación de haber dormido poco y recordando vagamente el sueño tan extraño que tuve.
Después de la ducha, me visto, y voy hasta el salón.
Al llegar allí, me fijo en mi Nacimiento.
Sobre la pequeña cuna de paja se encuentra la hermosa figurita del Niño. María y José le contemplan sonrientes. La lavandera está a su lado, inmóvil, en actitud de cubrirlo con un paño blanco.

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