sábado, diciembre 15, 2007

MI HERMOSA XANA


Era una preciosa tarde al final del verano.
Las hojas de algunos árboles comenzaban a volverse amarillentas anunciando la llegada de una nueva estación. Los rayos de sol atravesaban la espesura del bosque y se filtraban entre las ramas formando pequeños claroscuros en el espeso musgo que cubría las piedras.
Hacia bastante tiempo que había dejado el coche aparcado en un claro cerca del rio, justo donde terminaba el irregular camino.
Llevaba más de dos horas caminando, sin prisa, en dirección contraria al pequeño riachuelo que serpenteaba alegremente entre las rocas. Alguna vez tuve que alejarme de la orilla para sortear el tronco caído de un viejo árbol.
Por un momento, entre los arbustos, pude ver un pequeño corzo que rápidamente desapareció asustado al notar mi presencia.
Los sonidos del bosque fueron aumentando a medida que ascendía siguiendo el curso del arroyo. Podía oír el alegre canto de los pájaros, el susurro de la suave brisa, el zumbido de los pequeños insectos saltando de flor en flor.
Incluso creí percibir el tenue aleteo de las inseguras mariposas intentando sortear las finas y retorcidas ramas de los matorrales.
Sentí que aumentaba la humedad del ambiente mientras una leve niebla se filtraba cubriendo poco a poco toda la espesura.
En una pequeña vaguada, el cauce del riachuelo se remansaba en un pequeño estanque rodeado de frondosos helechos que se reflejan en el agua.
Hacía calor. Estaba sudando tras el esfuerzo de la caminata y me apetecía darme un baño.
El entorno invitaba a ello. Me quité la ropa dejándola sobre una seca y desnuda roca. Poco a poco me metí en el agua y dejé que fuese cubriendo todo mi cuerpo. Enseguida me acostumbré a su tibieza. Estuve bastante tiempo dentro del agua hasta que la temperatura hizo mella en mi organismo.
Salí del agua y me tumbé sobre el suave musgo mientras agradecía el calor de los rayos del sol sobre mi piel. Cerré los ojos y me dejé llevar por los murmullos del bosque.
Al poco tiempo, creí percibir un fascinante sonido distinto a los demás. Era el sugerente y seductivo canto de una voz humana.
Rápidamente intenté buscar con la vista de donde venía tan hermosa melodía.
En un recodo del riachuelo, debajo de un enorme tronco que protegía la pequeña entrada a una oscura cueva, estaba sentada una atractiva muchacha. Sus largos cabellos rubios cubrían, en parte, su hermoso cuerpo desnudo.
Me miró con aparente timidez, y en el fondo de sus ojos verdes percibí una mirada dulce y afectuosa. Quedé inmóvil mirando embelesado su figura, mientras se acercaba con movimientos armoniosos.
Se puso de rodillas a mi lado. Deslizó su delicada mano por mi mejilla y un escalofrío de placer recorrió mi cuerpo.
Pronto olvidé mi timidez colaborando con sus caricias. Nuestras miradas se unieron en un abrazo que me pareció eterno, mientras su cuerpo se fundía con el mío. Besos, caricias, suspiros contenidos.
Gotas de sudor se deslizaban brillantes por nuestras espaldas contraídas. Fue una sinfonía de movimientos rítmicos, excitados, palpitantes.
Convulso fluir de fluidos. Un universo infinito tras la fusión de dos cuerpos, de dos espíritus en uno.
Al poco una caricia comedida, un delicado beso de unos labios que se unen. Abrazados, relajados sobre la mullida capa vegetal que nos protege.
Solo el tenue manto de la niebla ocultaba nuestros cuerpos. Pronto mi mente relajada se dejó llevar por un sopor que semejaba la inconsciencia.
Los últimos rayos del sol se ocultaron y el relente del atardecer hizo que volviese a la realidad desde mi sueño.
Miré alrededor, me rodeaba el mismo paisaje conocido. Pero la luz era distinta. Los cálidos colores habían desaparecido y fueron sustituidos por un sinfín de grises y azules difuminados.
De la hermosa muchacha nada quedaba.
Con tristeza en el alma y frío en la piel, me dispuse a vestirme.
Miré hacia el agua remansada y en uno de sus reflejos creí ver la mirada pícara y sonriente de una hermosa joven de cabellos dorados.


No hay comentarios: