miércoles, enero 31, 2007

A LAS SIETE DE LA MAÑANA


Son las 7 de la mañana, tengo un despertador que en vez de sonar como una repetitiva y machacona campana, pone en marcha una radio donde una conocida y monótona voz desgrana un sinfín de desdichas. Es uno más de los múltiples avances tecnológicos que te hacen más agradable la vida.
De esa forma, además de despertarme, me informa de todo lo malo y menos malo que pasó en el dichoso mundo, mundial, mientras yo estuve en posición horizontal y fuera de juego con nocturnidad y alevosía.
Cuando logro tomar conciencia de mi caótica e inestable situación entre dejar el sueño y comenzar la vigilia, intento levantarme para ir con insistente premura al baño.
Mi cabeza decide enviar las órdenes precisas, pero todos los músculos de mis piernas se niegan a moverse.
Cierro los ojos, cambio de posición girando el cuerpo 180 grados y poco a poco vuelvo a sumergirme en el sueño que hace poco había dejado.
Desde el fondo de la niebla sigo escuchando la voz del periodista. Se empeña en lanzarme fuera de la cama con una perorata sobre el terco cambio climático y el coeficiente intelectual de ciertos dirigentes políticos. Pero sobre todo noto la líquida presión en el bajo vientre solicitando una rápida evacuación.
Con un supremo esfuerzo mental logro sacar las piernas fuera de la cama. Me siento en el borde y estiro los brazos mientras bostezo sin manifestar ninguna educación ni cortesía al espejo que tengo enfrente. Poco a poco abro los ojos, miro al espejo y veo la cara de un tipo con muy mal aspecto. Pienso que debe cuidarse.
Unos segundos después las rodillas hacen su función. Encuentro el interruptor y logro encender la luz del baño. Durante unos momentos quedo deslumbrado por el fogonazo.
Tanteando me siento en la baza del baño. Un buen invento. Lo mismo que la ducha. La pongo en marcha y me quito el reloj. Siempre duermo con el reloj puesto. Es una costumbre como otra cualquiera. Como el ducharme sin él, aunque cuando lo compré me dijeron que era sumergible. No me fío.
Me meto dentro de la bañera dejando que el agua moje todo mi cuerpo. Primero siento un frío intenso que es sustituido rápidamente por un exceso de calor. Intento regular la temperatura del agua. Al fin lo logro.
¿Porqué nunca me acuerdo que debo de hacerlo antes?.
Tras el conveniente secado, paso al corte y retoque de la barba, así como a la limpieza de la boca y de otros orificios menos aparentes.
Escoger la ropa, vestirse y tras última mirada al espejo uno se dispone a entrar en batalla.
Menudo ajetreo. Ya estoy agotado y acaba de empezar el día.
Busco en el bolsillo de la chaqueta si tengo las llaves del coche, cierro los ojos por un momento y con una profunda inspiración meto aire en los pulmones.

Son las 8 de la mañana. Aún sigo en la cama.
Mientras pienso que tengo que hacer todo lo anterior, a tientas, logro alcanzar el despertador y apretar el botón adecuado.
Contraigo algunos músculos pélvicos y me vuelvo a sumergir en la cálida niebla otro ratito.

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