sábado, octubre 13, 2007

INOCENTE COBARDÍA


Muchos ya saben que tengo perro.
Es pequeño, de patas cortas y cuerpo alargado. Tiene el pelo del tipo llamado "jabalí", supongo que por su parecido en consistencia, dureza y color al que tienen estos animales.
Las largas y caídas orejas le cuelgan a ambos lados de la cara siguiendo los rasgos característicos de las razas seleccionadas por el hombre para la caza.
Es vivaracho y juguetón acorde con los meses que tiene. Hace muy pocos que cumplió el año.
De mirada inteligente, a veces tengo la sensación que comprende muchas más cosas de las que deduzco por su posterior comportamiento.
Es un macho no castrado y empieza a querer demostrarlo. Las hormonas comienzan a ejercer su poderosa influencia y se hace un “rosco” cada vez que ve una representante del otro sexo.
Su falta de madurez y experiencia produce un sinfín de problemas e incomodidades para él, pero sobre todo para los que estamos a su alrededor.
Es necesario que alguien esté continuamente atento a sus ocurrencias pues, en su inconsciencia juvenil, puede llegar a realizar alguna trastada irreparable. En algunos casos puede incluso poner en peligro su vida. Sobre todo si alguna vez me atrevo a dejarlo suelto para que campe a sus anchas.
No es la primera vez que sale corriendo detrás de una inalcanzable paloma atravesando una calle sin encomendarse ni a Dios ni al Diablo. Algún susto que otro ya ocasionó con su ingenua e irreflexiva forma de comportarse.
Dentro de su raza es un hermoso macho. Él lo sabe y tiene la osadía de querer demostrarlo. Sobre todo cuando se encuentra en compañía de otros perros. Algunos de ellos, también machos, pasan olímpicamente de sus demostraciones de “fiereza y poderío”, pero otros no están por la labor y deciden "entrar al trapo".
Tiene la audacia de enfrentarse a otros machos que le sobrepasan con mucho en experiencia, tamaño, edad y corpulencia. Cuando aprecia que las cosas se ponen feas y vienen torcidas para su integridad, deduce que solo le queda una posible salida.
Vuelve corriendo a guardarse detrás de mi, incluso a meterse entre mis piernas, con la intención de que yo le defienda y proteja, como jefe de la manada que me supone, ante la avalancha de ladridos y malas caras de sus congéneres ofendidos por sus precipitadas e imprudentes "salidas de tono".
Acepto su cobardía, aunque solo sea como mecanismo de supervivencia. Tengo que reconocer que no puedo exigirle mucho más, dada su limitada inteligencia y corta experiencia.
Son cosas de perros. Y él solo es un pequeño y joven perro.

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