jueves, mayo 17, 2007

LLEGA EL VERANO


Tenemos un bonito día. Disfrutamos de un sol hermoso y de una agradable temperatura. Marca 23 grados el reloj-termómetro que hay en una de las calles que mira al mar.
No parece que estemos en mayo, más bien puede ser un buen día de verano.
Es como a finales de agosto o principios de septiembre, cuando el sol aún calienta a media tarde, la atmósfera está limpia y el cielo totalmente despejado.
Aprovechando el buen tiempo, esta mañana, a eso de las diez, salí a dar un paseo por la orilla de la playa.
Pensaba estar poco tiempo andando, pero poco a poco me fui alejando y el tiempo pasó rápidamente.
Cuando me quise dar cuenta ya eran las dos de la tarde.
El sol brillaba con intensidad y se reflejaba en la arena húmeda de la playa.
Casi era molesto mantener la mirada. Entrecerré los ojos para poder ver la gente que paseaba a mi lado, en la misma dirección o en la contraria.
Cuando se estrechaba la calle por efecto de algún andamio, las personas hacían auténticas filigranas con sus cuerpos para no tropezar unas con otras. Casi siempre lo lograban.
Supongo que es el efecto defensivo preciso para mantener sus burbujas vitales dentro de unos límites aceptables.
No hay nada más desagradable para muchos, que estar apretados contra otros en un ascensor, un autobús o en el metro. Si además el olor corporal irrita las pituitarias y las feromonas están revolucionadas en exceso, la incomodidad se puede amplificar hasta límites insospechados.
En la playa, varios operarios de la limpieza estaban recogiendo de la arena los pequeños troncos, ramas y otros residuos que había arrastrado la última marea.
A lo lejos, dos muchachos corrían, paralelos a la orilla, con rítmicas zancadas.
Muy cerca de ellos, una señora mayor ayudaba a su marido a quitarse la camisa con una mano, mientras que con la otra sujetaba una pequeña bolsa.
Un joven hacía ejercicios circenses cerca del agua mientras su bicicleta descansaba sobre la arena húmeda.
Poco a poco la playa se va poblando de toallas. Son grupos de tres o cuatro mujeres, algunos jóvenes y varios solitarios desperdigados por la arena. Una arena seca por efecto del sol y la suave brisa mañanera.
Se ven pieles blancas, lechosas, ávidas de luz. Pronto empieza a oler a crema protectora.
En la zona del paseo, dos puestos de helados y chucherías abren sus puertas. Sus dueños comienzan a quitar los cierres y a colocar los toldos. Esperan buena venta.
Se nota que el verano está cerca.

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